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Amor en diferido

Querido Ainar:

 

Te escribo la primera, y no sé si última carta, para despedirme de ti. Aunque tu corazón dejó de latir hace más o menos cuatro semanas y media, tu cuerpecito físico salió de mí ayer a las tres de la mañana.

 

Déjame que te cuente todo, aunque en realidad ya sepas todo tú también. Y no creas que no te escribo estas palabras llena de escepticismo, sin que haya dentro de mí una enorme duda, una que me lleva a preguntarme si no me lo estaré inventando todo. Todo otra vez. Pero ese interrogante en realidad me acompaña siempre, hay días, momentos, segundos, en los que creo fehacientemente que es verdad, que Dios existe y también los ángeles, el camino hacia la luz después de morir, las señales que nos envían los muertos, los vórtices energéticos de los chakras y la reencarnación. Y otros en los que pienso que es solo una bonita y elaborada maquinaria que hemos construido para sobrellevar la insoportable incertidumbre que supone estar vivos. Sin embargo, creo que este irresoluble dilema, que intuyo me va a acompañar hasta el día en que me muera, evita que caiga en el dogmatismo de aquellos que creen comprender completamente la complejidad de la existencia y me ayuda a posicionarme en un lugar de humilde rendición ante el misterio de vivir.

 

Hablaré primero de tu nombre, de cómo llegó a mí. Tu padre y yo habíamos ido al hospital, público, por la mañana, para que me hicieran la ecografía de las doce semanas. La última había sido en la sexta en una clínica privada con el que había sido nuestro ginecólogo hasta ese momento, en la que escuchamos por primera vez tu corazón latir. En aquella eras muy pequeñito, y en realidad, ya no crecerías mucho más. Ese martes 8 de agosto, es decir, antes de ayer, yo iba con miedo a la consulta número 48 del módulo 5 del piso segundo del Hospital de Sant Pau, porque no las tenía todas conmigo. Sabía que los abortos precoces son muy comunes aunque se nombren muy poco y además ya había tenido varios alrededor de amigas íntimas en los últimos meses. Sin embargo, yo no había tenido pérdidas en todas aquellas semanas, ni ningún síntoma que pudiese hacerme pensar que algo iba mal.

 

La ginecóloga trató de encontrarte según el protocolo haciendo primero una ecografía abdominal. Como no veía nada en el monitor, me dijo que tendría que hacerla transvaginal. De camino al baño para quitarme la falda y las bragas y taparme con una sábana blanca, ya nos imaginamos lo peor. Y en fin, así fue. Habías dejado de desarrollarte en la semana 7 y 4 días. Así lo dejó constatado, con esa precisión, la doctora en el informe. A  pesar del cauto miedo, también esperábamos con ilusión ese día, pero no pudimos volver a escuchar tu corazón latir.

 

Ya en casa hablé por teléfono con muchos seres queridos, entre ellos tu tía Ainara. Ainara es mi hermana de alma, así nos decimos, hermanas, porque así lo fuimos sintiendo con mucha claridad a medida que nuestra amistad se hacía cada vez más fuerte, y un día, donde ya confirmamos que de alguna manera éramos hermanas realmente, nos dimos cuenta de que nuestras madres habían nacido exactamente el mismo día, el 20 de octubre de 1956. Hablando con ella por videollamada, tu tía vive en Nueva York, le enseñé la ecografía que la cariñosa ginecóloga del hospital nos había dado aquella mañana, donde sales tú tan pequeñito, y le dije que tu fecha de parto si hubieses seguido creciendo, habría sido el 21 de febrero. Eso quería decir que podrías haber sido Acuario como ella, como tu tía, a poco que te hubieses adelantado unos días, y a mí eso me hacía mucha ilusión, que fueses del mismo signo que mi querida amiga y hermana. Y entonces supe tu nombre. Primero pensé en Ainara, pero enseguida entendí que tu nombre era Ainar. Tu tía no lo sabe todavía, sé que se va a poner muy contenta cuando se lo cuente.

 

Un aborto diferido, que también puede llamarse aborto retenido, se produce cuando el embarazo se detiene pero no se expulsa espontáneamente el embrión o el feto, según la semana de gestación en la que ocurra. En tu caso, eras todavía un embrión. La eliminación del saco gestacional suele ocurrir pasadas unas semanas desde la muerte del potencial bebé, pero también puede suceder pasados meses.

 

Hubo cuatro cuestiones que se me hicieron extrañas en estas últimas semanas de embarazo, y que ahora leo como señales que en el momento en que llegaron no pude comprender, o no quise investigar. La primera es que no sentía ningún impulso ni ilusión por pensar un nombre para ti. Lo achacaba al miedo que me daba la posibilidad de perderte antes del primer trimestre y también a la practicidad de saber primero tu sexo cromosómico, porque aunque tu padre y yo queríamos en la medida de lo posible darte un nombre neutro, quizás no lo encontrábamos, y pensamos que nos sería más fácil dar con uno sabiendo tu género biológico. Ahora entiendo que solo iba a poder saber tu nombre una vez fuese consciente de que te habías ido. La segunda es que en la semana nueve mi tripa se hinchó. Era muy pronto para que me saliese barriga, pero cada embarazo, dicen, es un mundo. Sin embargo, no siguió creciendo. Y lo cierto es que no sé si ese es un posible síntoma de aborto diferido, pero ahora, a toro pasado, pienso que quizás sí. La tercera es que hacia la semana diez comenzó a hacérseme raro no sentir que desarrollara un lazo afectivo con lo que estaba dentro de mí, parecía que en mi útero no estaba aquello con lo que debía vincularme, y a este hecho se le suma la cuarta circunstancia, que es que un día sentí una especie de asco o de sensación de extrañeza hacia, precisamente, lo que tenía en mi interior. Creo que mi cuerpo me avisaba de que ya era algo muerto, algo que tenía que dejar ir en breve porque su lugar había dejado de ser ése.

 

Empecé a sangrar a las seis de la tarde, y el dolor de las contracciones llegó una media hora después. Las cuatro pastillas por vía vaginal, me las había introducido a las doce y media de la mañana. El aborto médico en casa funciona así. En el hospital te tomas una primera pastilla de mifepristona en presencia de la ginecóloga, pasadas 24 horas te tomas los analgésicos, un comprimido de paracetamol de 500 miligramos, uno de codeína de 30 miligramos y un tercero de ibuprofeno de 600 miligramos. Tras treinta o cuarenta minutos, el tiempo necesario para que la analgesia se produzca, te introduces en la vagina, lo más profundo que puedas, cuatro pastillas de misoprostol de 200 microgramos mojadas previamente con dos o tres gotas de agua. Y esperas.

 

La tarde anterior, la del día de la noticia, decidimos matar las horas viendo una serie, y aunque tu padre ya había visto la primera temporada de Heartstopper, me dijo que le había maravillado tanto que no le importaba en absoluto verla otra vez. Y así empalmábamos con la segunda que acababa de ser estrenada. En ella, Charlie y Nick viven el amor adolescente más bonito, tierno y colorido de la historia de las series. Vimos hasta el capítulo tres de la segunda temporada, con lo que nos fuimos a dormir a eso de las dos y media de la mañana. La pastilla de mifepristona podría haberme hecho efecto en aquellas horas, pero no noté ningún cambio físico. La bonita historia de esos dos chicos consiguió hacerme sobrellevar mejor el miedo y la tristeza que estaba sintiendo en esas horas. Miedo porque no sabía cómo iba a ser el aborto, cuánto iba a doler, cuánto iba a sangrar. No sabía si mi cuerpo sería capaz de sostener todo ese proceso. Tristeza porque ya me había imaginado una vida contigo. Veía la serie y me agarraba a la forma en que esos dos adolescentes se miraban el uno al otro, me aferraba a las animaciones de corazones y flores que en los momentos más tiernos les rodeaban las manos, los labios y sus rostros enamorados. Pero en algunos momentos, mi mente se iba a otro lugar, se iba a pensarte, a tratar de dar una explicación a que te hubieses quedado tanto tiempo dentro de mí. Y de pronto se me ocurrió, qué tonta me siento diciendo esto, como si estuviese loca… Pero la verdad es que se me ocurrió que quizás en otra vida, cuando tú moriste, tu cuerpo no fue tratado como se merecía. Imaginé, de hecho, que lo habían ultrajado, que quizás tu cadáver fue abandonado, que nadie lo sostuvo en sus brazos, ni le dio sepultura, ni hizo honor a través del respeto a tus restos a lo que fue tu vida. Y entonces sentí mi útero como una tumba, una tumba caliente y oscura, una tumba sagrada que podía resguardarte por completo del escarnio y los insultos que injustamente sufriste. Eso pensó tu madre, hijo mío, ya ves cuánta imaginación tiene. Pero, dime, qué es el cuerpo de una madre sino el refugio más seguro para un hijo.

 

Aquella noche no dormí bien, no porque comenzase a surtir efecto la medicación, sino, de nuevo, por la tristeza y el miedo. La angustia había invadido y conquistado mi pecho. Tenía las manos acunando mi vientre y lloraba sabiendo que no quería que te fueras, que no quería que estuvieses muerto.

 

Me desperté pronto, a las ocho y media de la mañana. Pronto para la hora a la que había conseguido dormirme. Desayuné en el balcón, al sol, contestando mensajes de amigos y familiares que me mandaban ánimos, besos y amor. Ordené la casa y mi habitación para prepararla para el aborto. Vino nuestro amigo Ignasi que estaba por el barrio, para darnos un abrazo. Luego se sumó Javi, la pareja de tu padre, y se encargó de hacernos la comida, una comida riquísima y colmada de cuidados. Ignasi se marchó a eso de las doce y cuarto, justo en el impasse entre tomarme los analgésicos y meterme las cuatro pastillas de misoprostol. En menos de una hora tenía casi treinta y ocho de fiebre y también llegó una leve sensación de dolor menstrual, pero se fue enseguida, a diferencia de la temperatura que siguió alta hasta la noche. Comimos la ensalada y la tortilla de verduras del chef Javier y luego él se marchó porque le llegaba la compra del supermercado a casa y no podía cambiar ya el día de entrega del pedido. Nos quedamos solos tu padre y yo y decidimos retomar la serie donde la habíamos dejado, temporada dos, capítulo cuatro.

 

Javi volvió a eso de las siete, las contracciones ya habían comenzado. En la casa reinaba el silencio. Yo respiraba profundo, cerraba los ojos y dejaba brotar las lágrimas que comenzaban a despedirte. Llegó un momento en que las contracciones fueron tan fuertes que necesité ponerme a cuatro patas para aguantar el dolor. Pusimos una esterilla en el suelo del salón. Tu padre, que había asistido dos partos de sendas amigas íntimas, me apretaba en unos puntos de la lumbar con los pulgares para disminuir el dolor. Y yo lloraba y lloraba, pensando que aquel dolor en vez de parir vida, daría luz a un cuerpo muerto. Si por lo menos tu corazón fuese a palpitar después de sacarte de mí. Me había tomado ya la segunda pauta de analgésicos, pero dolía mucho, dolía igual. Y movía la cadera hacia delante y hacia atrás, y respiraba hondo y exhalaba vaciándome de aire por completo. Y sentía placer cuando la contracción cesaba, y me entregaba a él, y esperaba tranquila la siguiente contracción, acompañada por tu papá y por Javi.

 

Sangré durante tres horas. A ratos me quedaba sentada en el váter y caía una gran cantidad de líquido con sangre que empañaba de rojo el blanco de sus paredes. También caían trozos de tejido y coágulos de sangre y no sabíamos si tú estabas dentro de alguno de ellos, porque no teníamos idea de cuál era tu tamaño. Pusimos un cuenco en el hueco del desagüe por si caías, para poder recogerte. Dieron las diez de la noche. La hemorragia era más leve y pedimos comida a domicilio.

 

Cenamos milanesas con patatas fritas. Javi pensó que me iría bien comer carne para recuperar hierro y como es argentino como tu abuela materna, conocía un restaurante donde las hacían espectaculares. A eso de las once y media se me cerraban los ojos. Javi se marchó a dormir a su casa y como yo no quería irme a la cama, le pedí a tu padre que nos quedásemos viendo algo en el sofá sabiendo que yo me dormiría a los segundos de empezarlo. Tu papá puso la tercera temporada de Drag Race España, y yo me dormí antes de que le diese al play. A las tres de la mañana me desperté para ir al baño y entonces, todavía medio dormida vi que salía algo de mi vagina. Era grande, no entendía bien qué, me pareció un tampón hinchado al máximo y totalmente empapado en sangre. ¿Me había metido yo un tampón antes? No podía ser, la enfermera me indicó de hecho que no lo hiciera, que usase solo compresas. No estaba entendiendo qué pasaba, todavía andaba medio soñando. Y entonces comprendí. Claro. Eras tú. Llamé a tu padre, Carlos, ahora sí, trae el bote. Acerqué mis manos, empujé y te parí. Saliste de mi cuerpo el 10 de agosto de 2023 a las tres de la mañana. Eras una masa heterogénea de tejidos y sangre. Te llevé a mi pecho, te acuné en silencio. Eras muy muy pequeño. Muy muy pequeño. Volvió tu padre con el bote y nos sentamos los dos en el suelo del baño. Él detrás de mí, tú cerca de mi pecho. Y estuvimos allí no sé cuánto tiempo, los tres, siendo una familia que se ama y se despide.

 

Y en esas horas, mientras te tenía en mis brazos, volví a imaginar… o volví a saber. ¡Eras un chico! ¡Sí, un chico hermoso! Y pensé que quizás, quizás en aquella otra vida te habían perseguido, insultado, habían abusado de ti, te habían torturado hasta matarte, por ser quien eras, por amar a quien no debías según unos monstruos confundidos y corroídos por la ira. Mi amor, tú que solo quisiste mirar a otro chaval como Charlie mira a Nick y que te devolviese la mirada como Nick hace con Charlie. Mi vida, mi dulce niño, si tu quisieras regresar de nuevo y vivir aquí más tiempo, yo sería feliz de ser tu mamá otra vez. Te querría amases a quién amases, te acompañaría para que fueses quien tú quisieras ser y te protegería siempre de aquellos pobres desgraciados que solo conocen el miedo.

 

Respiramos muy profundo, nos levantamos y metimos tu pequeño ataúd de plástico en el congelador. Allí vas a quedarte hasta que sepamos cuál es la mejor forma de celebrar un ritual de despedida para ti. Creo que les pediremos a nuestres amigues que nos acompañen, ¿qué te parece? ¿Te gustaría? Son todes increíbles, como en la serie, como Elle, Tao, Isaac, Tara y Darcy.

 

No importa si no es cierto todo esto que ha llegado a mi mente, porque, ¿sabes qué? La ciencia atestigua que somos polvo de estrellas, pero yo esto te digo, hijo mío, que de lo que sí estoy segura es de que ese polvo está hecho de historias. Y esta es la nuestra, la mía, la tuya y la de tu padre. Y la de Javi, y la de todos aquellos que nos han acompañado y quieran hacerla suya. Es lo que necesito contarme para vivir el dolor y dejarlo ir después, y abrirme de nuevo a la vida.

 

Ainar, qué hermoso nombre me chivaste al oído. La combinación perfecta de dos nombres euskaldunes, Ainara, golondrina, Aimar, casa fuerte. Tú serás entonces mi fuerte golondrina, que con ligereza como el vuelo suave de los pájaros, pero determinación como la que enraíza los pilares de un templo, me recordará el camino para abrir de nuevo el corazón cada vez que sin darme cuenta lo haya cerrado.

 

Gracias por elegirme para ser tu madre, aunque en el mundo físico haya sido por poco tiempo, en ese otro, en el eterno del que a veces, pobre de mí, dudo, serás mi hijo, y yo tu mamá, para siempre.

 

Barcelona, 10 de agosto de 2023

¿Cuánto más podré ser muro que mantiene al viento fuera?

¿Cuánto más podré

atenuar el sol con la sombra de mi mano,

interceptar los rayos azules de la luna fría?

Las voces de la soledad, las voces de la tristeza

lamen mi espalda inevitablemente.

¿Cómo podrá suavizarlas, esta cancioncita de cuna?

¿Cuánto más podré ser muro alrededor de mi propiedad verde?

¿Cuánto más podrán mis manos

ser vendaje para su daño y mis palabras

pájaros brillantes en el cielo, un consuelo, un consuelo?

Es terrible

estar tan abierta: es como si mi corazón

tuviese rostro y caminase por el mundo.

Sylvia Plath, Tres mujeres

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